La Semana Santa para muchos de nosotros es sinónimo de pueblo.
El mío es uno muy pequeño de Segovia, bueno en realidad es el de mi madre, pero ya sabéis cómo es esto, si te has pasado todos los veranos de tu infancia en él, tu te lo adjudicas automáticamente como tuyo, y ya me puede venir Rita la cantaora a decirme que soy de
Madrid, que cada vez que me preguntan por mi pueblo yo digo toda orgullosa «de Moral de Hornuez».
En él se encuentra uno de mis lugares favoritos, que me trae un montón de recuerdos de los últimos años de mi abuelillo. Dicen que no te puedes ir de esta vida sin escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo, pues bien, libro no escribió pero para compensar nos plantó un pequeño bosque de almendros.
Cuando era pequeña solía enfadarme bastante con él porque todos los veranos nos tenía liados con algo, que si alicatar el baño, poner una viga, pintar las rejas, retejar el tejado, hacer un muro, cortar leña, etc. etc… seguramente todo lo que se os pueda ocurrir lo habremos hecho jejeje
Así que cuando dijo que iba a plantar unos almendros me eche las manos a la cabeza pensando en que fregado nos iba a meter ahora. Recuerdo que los primeros años de vida de los arbolitos nos tenía en verano llenado en la fuente garrafas de agua de cinco litros y llevándolas con la carretilla hasta el gallinero para poder regarlos.
Ahora cada vez que llega la primavera y veo como se ponen de preciosos los almendros en flor solo pienso en lo bueno que hizo por nosotros y aunque me sigue viniendo a la mente lo que me hubiera gustado que nos dejara un poquito más de libertad para jugar y ser niños, tengo que agradecerle un montón todo lo que me enseño porque estoy segura que sin él yo no sería la misma ^__^
Genial hermana! Me ha encantado 🙂 Brindo por todo lo vivido y me entristezco por apreciar un poco tarde todo lo que aprendimos.
Nunca es tarde si la dicha es buena ^___^